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AQUÍ NADIE TRABAJA


En Argentina no trabaja nadie, según sostuvo la diputada nacional Carrió cuando le preguntaron por la eliminación de feriados puentes. Debe ser cierto, porque la mayoría que opina en las redes sociales coincide con la legisladora. Una verdadera curiosidad: los que comparten la convicción de que los argentinos somos haraganes, domesticados por la política de subsidios y olvidados de la cultura del trabajo son, cada uno de ellos, la excepción, gente que se mata trabajando por sueldos miserables pero que no se rinden, no se prostituyen, no delinquen. En realidad, la primera excepción a la generalización es la misma diputada: lo que dice es que en Argentina, salvo ella, no trabaja nadie. Por supuesto que se trata de un lugar común, una referencia con ejemplos abundantes para sostenerlo pero que no resiste la mínima confrontación con la realidad de millones de argentinos que pelean cada día, muchas horas, con todo en contra, para salir adelante con dignidad, para abrirles un futuro a sus hijos. La apelación a los lugares comunes suelen ser expresión de pereza intelectual. Es más fácil redondear -aquí nadie trabaja- que enfrentar la realidad de un país partido por varias grietas, una, perversa, entre los que reman contra la corriente sin bajar los brazos y los entrenados para vivir sin trabajar, en la opulencia de los patrimonios inexplicables o en la indigencia humillante de los subsidios a cambio de nada. ¿Cómo le caerá a un tambero ordeñando en medio del barro en la madrugada escuchar que según la diputada nadie trabaja? ¿Cómo lo tomará el taxista cuando ya lleva 12 horas al volante y la espalda es un tormento? ¿Estarán de acuerdo los médicos sin reemplazo en la guardia, los jardineros calcinados al sol, los pequeños comerciantes sin feriados o las amas de casa con régimen laboral de tiempo completo? Es probable que algunos diputados se muevan en ambientes donde no hay tanto fanatismo por el trabajo. En el debate sobre la feria judicial, al margen de argumentos jurídicos o sindicales, un notable abogado expresó su oposición a la eventual reforma porque en enero es muy incómodo trabajar con 35 grados de temperatura. Indiscutible. Pregúntenle a los panaderos y los pizzeros, pregunten a los metalúrgicos, a los mozos de bares con mesas en la calle, escuchen a los carteros, a los colectiveros, a los policías apostados en una esquina bancaria al sol, con chaleco antibala. Tal vez ese estilo de liviana aproximación al trabajo ajeno, afín a los ámbitos legislativos, haya inducido a la diputada a ignorar olímpicamente a los millones que no encajan en su relato. Hace pocos días se viralizó una nota escrita a mano por alguien que ofrecía limpieza de ventanas y vidrieras por precios irrisorios. Fotografiada y reproducida, las redes explotaron con admiración por el empuje del miniemprendedor. Recibió miles de likes, mensajes de aliento por la fuerza de su ejemplo, varios pedidos de trabajo y, para su sorpresa, algunas donaciones. "No entendieron -le dijo al cronista que lo entrevistó- yo no quiero regalos, quiero trabajar. Aún cobrando muy poco, aún con gente que se aprovecha de mi necesidad". Ciertos lugares comunes, como que en Argentina nadie trabaja, califica a muchos que efectivamente son ajenos a cualquier esfuerzo, pero ignoran, devalúan, desalientan y desprecian el sudor y el sacrificio de muchos más.


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